Del libro «BREVE HISTORIA DE LOS LIBROS PROHIBIDOS, y quemados»

Siendo niño, y de eso hace un tiempo, en la escuela, en clase de lengua, el maestro, apoyado en los textos de la Enciclopedia Álvarez[1] nos hablaba de Platero, el burrito de Juan Ramón Jiménez. Nos decía también que debíamos estar orgullosos de que un español hubiera conseguido el Nobel de Literatura. Cualquier triquiñuela era válida si de exaltar los valores patrios se trataba, incluso apropiándose de lo que no era suyo, al menos de lo que con las armas repudiaron. Como inconfesos nos ocultaban a los niños que el afamado Premio Nobel, residiendo en Washington durante la guerra civil, decidió no regresar jamás a una España que no consideraba la suya. Siendo también cierto que, ante la inseguridad y dado el radical acoso emprendido por el diario socialista ‘Claridad’ hacia algunos intelectuales más moderados, a petición de Manuel Azaña, el poeta onubense acompañado de su esposa aceptó la responsabilidad de Agregado Cultural del Gobierno republicano en EE. UU. En 1939, terminada la guerra, los vencedores ocupaban la vivienda del matrimonio en Madrid, saqueando libros y manuscritos, así como el resto de las pertenencias. Nunca en la escuela nos indicaron que, al igual que el autor de «Platero y yo», otros muchos creadores literarios siguieron el camino del exilio. En realidad, ni a Juan Ramón Jiménez ni a otros como él, nos los presentaban como exiliados, ni siquiera se hacía referencia al porqué de su residencia fuera de su país.

Victoria Kent, compartiendo con Juan Ramón Jiménez exilio y amistad, al fallecimiento del poeta, siendo directora de la revista «Ibérica[2]», en el número publicado el 15 de junio de 1958, en homenaje póstumo a su amigo escribía el siguiente artículo:

—Ha muerto el máximo poeta contemporáneo español y uno de los perennes hitos internacionales; ha desaparecido uno de esos espíritus que, con las estrellas, seguirán irradiando durante siglos su luminosidad; ha desaparecido una de las figuras más señeras, una de las conciencias más claras de España.

…/… Una vez más debemos señalar que Juan Ramón Jiménez no fue político, que no es en ese campo donde nadie puede ni debe situarle, pero sí hemos de subrayar que estuvo siempre al lado de la razón popular, de todo lo popular. Páginas y páginas se llenarían fácilmente siguiendo su vida, como esto no es posible, queremos citar algunas frases de su última conferencia, pronunciada en la Residencia de Estudiantes en el mes de junio, pocos días antes de que se produjera el levantamiento militar. De ella son estos párrafos: «La guerra empieza siempre con la falta de amor y comprensión mutua»… «No es solamente la responsabilidad del gobernante, porque si el gobernado ayudara al que gobierna a poner al alcance de cada cual las cosas que el amor y la comprensión engendran nada podrían los explotadores del pueblo, que quieren dejarlo a imagen y semejanza de sus bajos instintos».

Desterrado voluntario de la España franquista no ha podido esa España hacerle entrar sino muerto, eso es lo que puede recuperar una dictadura de un hombre libre.

Se marcha una meridiana conciencia española y una conducta, ellas quedarán, seguirán siendo una lección viva para las generaciones futuras.

Es cierto, no debieron ser años fáciles para ellos: Luis Cernuda, Rafael Alberti, María Zambrano, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Luisa Carnés, Pedro Salinas, José Bergamín, Francisco Ayala, María de la O Lejárraga, José Ortega y Gasset, Arturo Barea, Rosa Chacel, Ramón J. Sender, León Felipe, María de Maeztu, Manuel Chaves Nogales, Jorge Semprún, Clara Campoamor, Emilio Prados, Juan Gil Albert, Salvador de Madariaga, Manuel Altolaguirre, Max Aub, Ramón Gómez de la Serna… Todos protegieron sus vidas recurriendo al exilio. No fue el caso de Federico García Lorca y Miguel Hernández; de estos últimos es bien conocido como terminaron sus días. También careció de suerte, José María Hinojosa, poeta de la generación del 27, conocido de García Lorca y codirector con Emilio Prados de la revista malagueña ‘Litoral’ —que perdura hoy en día en los kioscos—. Por su militancia antirrepublicana, en agosto, al mes del golpe militar, el infortunio le llevó junto a su padre y hermano, además de un hermano del también poeta Manuel Altolaguirre, a ser fusilado en Málaga contra las tapias del cementerio de San Rafael. Un criminal acto de represalia por los bombardeos de los depósitos de la Campsa realizado por aviones alemanes. Elena Fortún en su novela ‘Celia en la revolución’[3] escribía… La guerra es una exacerbación de todo lo salvaje y primitivo que llevamos dentro… Parece que todo lo que la civilización ha ido tejiendo en torno nuestro se afloja o se rompe» Y aquí, regresando a los exiliados y abusando de la licencia del lector, me atrevería a especular que persona tan ilustrada como D. Benito Pérez Galdós, de haber cohabitado, de haber compartido en tiempo y lugar con sus colegas el universal lenguaje de la literatura, acaso —y por prudencia solo digo acaso— se hubiera visto obligado a incrementar la no cerrada lista de intelectuales exiliados; la lista de los calificados por los ganadores como la anti-España. En boca del escritor y dramaturgo José Bergamín, «la España peregrina».

«La Guerra Civil —en palabras de Santos Juliá— no fue la culminación de una historia, sino su quiebra total, un corte profundo infligido a la sociedad española que, desde 1939, quedó amputada para siempre de una parte muy notable de sus gentes y de su historia».[4]


[1] Enciclopedia destinada a los niños españoles en edad escolar, difundida masivamente en las escuelas entre los años 1954 y 1966. Antonio Álvarez Pérez fue su autor. Se estima que se llegaron a vender 22 millones de ejemplares.

[2] La finalidad de esta revista era de oposición a las dictaduras, deseando dar a conocer al pueblo americano la falta de libertades en España. «Veníamos comprobando diariamente que la prensa americana guardaba silencio sobre España», argumentaba Victoria Kent.

[3] El libro fue escrito en el exilio argentino en 1943. No se publicaría en España hasta el año 1987, fallecida ya la autora.

[4] Santos Juliá. «Transición. Historia de una política española (1937 – 2017)»

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