Justine o los infortunios de la virtud, la novela del Marqués de Sade que tanto agitó la conciencia de sus conciudadanos, que incluso hoy en día, tanto perturba a las almas más cándidas, es, e incluso cabe decir que entre sus lectores sigue siendo una novela marcada por pasiones encontradas. Es imposible que su lectura deje impasible a nadie. Bien odiándola, bien amándola, el lector quedará magnetizado por sus páginas. Porque, como a lo largo de su obra conseguirá demostrar el autor, el ser humano es capaz de extraer sus mayores placeres, incluso del odio y la ignominia.
Donatien Alphonse François de Sade, sin pretenderlo marcó un antes y un después incluso en el vocabulario convencional de quienes queriendo referir la crueldad, recurrimos a «sádico» o «sadismo» como palabra implícita de perversión derivada del propio marqués. ¿De verdad era necesario en los albores del siglo XIX definir un nuevo término para referenciar la inclemencia? ¿De verdad no existían abundantes sinónimos de la palabra crueldad como para necesitar crear una nueva? En mi opinión, más bien tiendo a pensar en la intencionalidad de quienes con capacidad de influir (hasta en el vocabulario), y con ánimo de desprestigiar un literato y una literatura incómoda además de agresiva, se las ingeniaron para demonizar hasta en los diccionarios el nombre del autor. Si hoy en día mi vecino realiza una insensatez, a lo sumo diré que ha cometido una quijotada, nunca un cervantismo. Si dos jóvenes enamorados, desesperados por las incomprensiones familiares optan por el suicidio, de inmediato los encasillaré en el precedente literario de Romeo y Julieta, no diré que imitan o actúan bajo la enjundia del shakespeareismo. Será el personaje literario y no el autor, salvo que se quiera sentar a este en el banquillo o hacerle pasar por loco, quien marque el vínculo. Cervantes, Shakespeare, Sade, o incluso Dante —a quien para el futuro y tras describir el infierno y el purgatorio en ‘La divina comedia’ también le cayó el derivado de ‘dantesco’—, cada uno en su lugar y como tantos otros, definieron un contexto y un determinado estilo literario. Cierto es también, y quizás para contrarrestar mi reflexión anterior —demostrando que entre el acierto y el error no siempre han de ser nítidas las apreciaciones—, que de Kafka brotó el pensamiento Kafkiano sin que, de ello, y de este adjetivo se puedan derivar las mismas conclusiones. En los cinco casos y a su modo, con mayor o menor acierto, todos fueron espejo de su propia realidad, de su tiempo. Reflejar rosas o espinas —que de todo siempre ha habido— sería la opción del autor. La del lector, juzgar.

Por su novela ‘Justine o los infortunios de la virtud’, en la que la joven, inocente y empobrecida Justine, es constantemente mancillada por los poderosos, Sade fue calificado de autor despreciable, indigno de la élite social de la que procedía. Tras arrojar al fuego el libro, Napoleón, un dictador de origen humilde que, rivalizando con el legendario Alejandro Magno, a los veinticuatro años llego a ser general y Emperador a los treinta y cinco, declararía que ‘Justine…’ «era el libro más abominable jamás engendrado por la imaginación más depravada».
Acusado de corrupción y prácticas salvajes con un sexo desenfrenado, fue víctima de diversas condenas; entre cárcel y manicomio sufrió una privación de libertad de veintisiete años. Los primeros bajo mandato real, los últimos tras la Revolución francesa. Durante el mandato de terror de Robespierre y gracias a alguna influyente intervención se pudo librar de la guillotina, no así de ser internado en el manicomio de Charenton donde fallecería abandonado, que no olvidado. Todas sus obras, ‘Justine…’, ‘Los 120 días de Sodoma’, etc. fueron de inmediato incorporadas al ‘Index Librorum Prohibitorum’. Sus censores no aceptaban la defensa del marqués, cuando este, en sus escritos argumentaba que:
«…todo es cuestión de opinión y de geografía, y que es absurdo, por tanto, querer limitarse a practicar unas virtudes que son crímenes en otro lugar, y escapar de unos crímenes que son acciones excelentes bajo otro clima».[1]
Sería imposible saberlo, pero el Marqués de Sade, en sus últimos días de confinamiento, resignado o exaltado —que de todo sufriría—, sin duda, hubiera coincidido con la anciana protagonista y exprostituta judía, de haber podido ver la película ‘Madame Rosa’[2]; protagonizada por la espléndida y veterana Simone Signoret cuando, en una de sus reflexiones, a través de la gran pantalla nos decía: «Dios tiene ojos, pero no ve, tiene boca, pero no habla, tiene oídos, pero no oye. Ya es tarde para pedirme perdón».
Vladimir Merino Barrera
[1] De «Justine o los infortunios de la virtud»
[2] Película francesa, año 1977
El marqués de Sade es un avanzado en una época que no podía seguirle pero la evolución y la aceptación de las ideas hacen una triunfadora a Almudena Grandes con sus «edades de Lulú».
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