La persecución de Salman Rushdie muestra con descaro el nivel de aberración a que se puede llegar tras el deseo de silenciar la palabra, enterrar la libre circulación de libros.   

La publicación en 1988 de ‘Los versos satánicos’, provocó una reacción inmediata en el mundo musulmán debido a la supuesta irreverencia con que se trataba la figura del profeta Mahoma. El primer ministro de India Rajiv Gandhi, deseoso de recuperar el voto perdido de los musulmanes prohibió el libro el 5 de octubre, siendo este el acto incitador para el encendido de la mecha. Por razones también de oportunismo y equilibrios políticos, el 24 de noviembre lo hacía el gobierno de Sudáfrica; en esos días, en Johannesburgo, en un congreso organizado por la publicación antiapartheid ‘Weekly Mail’, estaba prevista una conferencia de Salman Rushdie. Sus organizadores —J.M. Coetzee y Nadine Gordimer— defensores de su participación y a su vez temerosos por la integridad física de Rushdie, hallaron la solución de realizar la conferencia desde Londres por vía telefónica. No se le vio, pero al menos se le escuchó en Sudáfrica. Al cabo de varias semanas, como fichas de dominó se fueron sumando Pakistán, Arabia Saudí, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán, Malasia, Indonesia y Qatar. A partir de ahí, se abría uno de los escenarios más trágicos de la historia literaria de los últimos años. En enero de 1989 se quemaban sus libros en la plaza pública de Bradford, al norte de Inglaterra —siempre el fuego—. El 14 de febrero de 1989, el ayatolá Jomeini, líder supremo de la Revolución Islámica iraní condenaba a muerte al escritor británico, siendo este acusado de ridiculizar el Corán y a Mahoma. Según su credo, «Toda la cultura está en el Corán, por lo que los demás libros sobran, pues, si siguen el Corán, son superfluos, y si no lo siguen, son impíos y deben ser destruidos» —frase lapidaria y de credo dogmático, también utilizada siglos antes durante la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por el califa Umar ibn al-Jattab—.

En una fatwa (decreto religioso), el imán pedía a todos los musulmanes devotos la ejecución del autor del libro, también de los editores y de cuantos mostraran interés por la lectura de tan pecaminoso contenido, ofreciendo —eso sí— la jugosa recompensa de millón y medio de dólares USA por la muerte del autor, siendo doblada la recompensa en 1997. Es de suponer que, para el caso, los sentimientos de obediencia a la fatwa necesitaban ser engrasados con aún mayores alicientes económicos. La fatwa decía así:

«Anuncio a todos los devotos musulmanes del mundo que el autor del libro titulado ‘Los versos satánicos’, el cual ha sido compuesto, impreso y publicado en abierta oposición al islam, al profeta y al Corán, y también todos los que se hayan relacionados con esta publicación, son condenados a muerte. Hago un llamado a ejecutarlos lo más rápido posible y allí donde se encuentren. La voluntad de Dios es que quien los encuentre y aniquile, si es asesinado en su intento, será considerado un mártir».

El 15 de enero la cadena W.H. Smith[1] retiro el libro de sus 430 librerías, también lo hicieron numerosas librerías de EE. UU., Canadá prohibía la importación del libro, mientras, el 18 de febrero —escasamente a los cuatro días— la editorial Mondadori publicaba la novela en Italia, siendo la primera edición no inglesa. Ese mismo día Salman Rushdie pedía disculpas al mundo musulmán, aunque negándose a retirar su obra. El 5 de marzo el Vaticano condenaba la novela a través del L’Osservatore Romano, calificándola de irreverente y blasfema; también se mostraba crítico con la condena de Jomeini. A los pocos días de la fatwa, entrevistando a Salman Rushdie, deseando desdramatizar la situación, un periodista comentaba al escritor: «No debe preocuparse en exceso, Jomeini condena a muerte al presidente de los Estados Unidos todos los viernes por la tarde». Desgraciadamente hay que decir que esta alocución no resultó acertada. Por esos días, en las avenidas de Teherán, miles eran los manifestantes enarbolando pancartas con la foto de Rushdie; en ellas, los ojos habían sido desgarrados. Varios fueron los atentados sucedidos en el entorno del escritor. En 1991 Hitoshi Igarashi era asesinado por haber traducido el libro al japones, y Ettore Capriolo, traductor al italiano, era atacado con un cuchillo por un desconocido. En 1993 en Anatolia, otro atentado en un hotel contra Aziz Nesin, traductor de la novela al turco, provocó el asesinato de 37 personas. Por esas mismas fechas el editor noruego de la novela resultaba tiroteado por la espalda. En los seis primeros meses tras la proclamación del decreto, Salman Rushdie necesitó cambiar 56 veces de domicilio. Durante diez largos años se vio obligado a vivir en la clandestinidad, obligado a ser invisible, necesitado incluso —en situación humillante— de esconderse tras la encimera de una cocina para no ser visto por un pastor de ovejas[2]. En homenaje y sin duda a modo de reconocimiento de dos maestros por él admirados —Conrad y Chéjov—, adoptó en ficticio nombre de Joseph Anton. Treinta y tres años después de la intolerante fatwa, el fanatismo de un loco elevado a adalid de cuantos aún mantienen viva la llama del odio inducido, durante una conferencia en Chautauquael, localidad del estado de Nueva York, el 12 de agosto de 2022 y causándole graves daños —aunque no mortales—, el autor de ‘Hijos de la media noche’ era acuchillado en el cuello.

A pesar de que Irán ya no busca la ejecución de la fatwa, y que esta solo podría haber sido revocada por Jomeini —fallecido en 1989, escasamente cuatro meses después del llamamiento al asesinato—, aún hoy algunos grupos fundamentalistas la siguen considerando válida.


[1] W.H. Smith, cadena de librerías británica con 230 años de antigüedad.

[2] De su libro autobiográfico ‘Joseph Anton. Memorias’

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