
El Amante de Lady Chatterley, hoy una novela de difusión mundial y total reconocimiento entre las más prestigiosas escuelas literarias, exigió de su autor y de las editoriales una gran dosis de arrojo para abrirse al mundo. La puritana administración británica posterior a la Gran Guerra de 1914, consideró inapropiada —y por tanto, prohibida— la publicación de una historia que, contra su deseo, se había convertido en espejo y retrato de una época perecedera, con capacidad además de sacar los colores a ese segmento social y dominante que, como bien indicaba Lawrence, prostituía con la diosa del éxito y adoraba a la diosa bastarda de la Fortuna. Ese segmento que en lo privado «hacía lo que no decía y, en lo público decía lo que no hacía». La novela fue tachada de inmoral además de escandalosa; lo fue por el hecho de resaltar de modo inequívoco un punto de vista femenino natural y desinhibido. Quizás el paso del tiempo, así como el avance social han reducido el grado de polémica y, sin embargo, sería de justicia aceptar que la existencia de ‘El Amante de Lady Chatterley’, en mayor o menor grado, en algo habrá contribuido para hacer realidad ese avance social. Decía su autor: … hay literatura que, con un tratamiento adecuado, puede poner al descubierto los recovecos más secretos de la vida.
La novela, escrita en la década de los veinte del siglo pasado, vio por primera vez la luz editorial en el año 1928, en Florencia. Su autor, fallecido en Francia en 1930 no pudo disfrutar del derecho a verla publicada en su tierra natal. Habría que esperar hasta 1960 para, a través de un enrevesado y costoso proceso judicial, la editorial ‘Pengüin Books’ saliera triunfadora. Aun así, después de la absolución del libro, aún continuó siendo discutida en la Cámara de los Lores, resultado de una moción propuesta por lord Teviot, en la que solicitaba la prohibición a perpetuidad de los escritos de D.H. Lawrence.
«…tengo una opinión muy firme —decía Teviot— sobre el hecho de que en este país se dé libertad sin freno a todo el mundo, y me preocupa que este pueda volverse depravado e indecente por no decir algo peor. …/… Siendo la novela una afrenta repugnante a las convenciones sociales».
Es posible que a lord Teviot, quizás por pudor, quizás por cinismo, le resultara escandalosa la novela. Sea como sea, el relato reflejaba el ocaso de la época victoriana, la evidencia entre la vieja y la nueva Inglaterra, entre la rural y la urbana, entre la aristocrática y la industrial, entre la conservadora y la intelectualmente más liberal. En cierto modo cambiaba el paisaje. En esta dicotomía, Lawrence aceptaba las peculiaridades y la naturaleza de los sexos, también, el derecho y la oportunidad para asumir su completa liberación. El libro relata con delicado detalle la búsqueda de placer, sea este intelectual o carnal, tanto de ‘Constance’ como de su amante ‘Oliver Mellors’ el guardabosque de las tierras de Clifford Chatterley, marido inválido de cintura para abajo por efectos de la guerra que, con apreciable distanciamiento no ocultaba la frialdad hacia su esposa.
«¡Nunca era realmente afectuoso, ni siquiera amable, solo retraído, considerado, de una forma fría y bien educada! Pero nunca cálido como un hombre puede ser cálido con una mujer (…) Ya no había nada entre ellos. Ahora ya ni siquiera le tocaba y él nunca la tocaba a ella. Ni siquiera le tomaba la mano y la mantenía tiernamente».

Veamos algún párrafo del que, a sentir de lord Teviot justificaría la prohibición de la novela:
«Despertaba en la mujer una especie de salvaje compasión y nostalgia y un deseo físico desbocado y lleno de ansiedad. Aquel deseo físico, él no era capaz de satisfacerlo; él llegaba siempre a su orgasmo y terminaba con rapidez para luego recogerse sobre el pecho de ella y recobrar en cierto modo su insolencia, mientras Connie permanecía confusa, insatisfecha, perdida. Pero pronto aprendió a sujetarle, a mantenerlo dentro de ella cuando su crisis había terminado. Y entonces era generoso y curiosamente potente; permanecía erecto dentro de ella, abandonado, mientras ella seguía activa…, ferozmente, apasionadamente activa hasta llegar a su propia crisis. Y cuando él sentía el frenesí de ella al llegar a la satisfacción del orgasmo producido por su firme y erecta pasividad, experimentaba un curioso sentimiento de orgullo y satisfacción.
—¡Oh, que maravilla! Susurraba ella temblorosa, y se quedaba quieta, apretada a él».
En un comentario sobre su propio libro, necesitado de refutar los argumentos de la censura, Lawrence escribiría:
«Las palabras que al principio escandalizan tanto, dejan de hacerlo al cabo de un tiempo. (…) Hemos evolucionado y cultivado hasta superar con mucho los tabúes que son inherentes a nuestra cultura (…) El poder evocador de las llamadas palabras obscenas debía ser muy peligroso para los caracteres cortos de alcance y violentos de la Edad Media, y quizás sigan siendo demasiado fuertes para los caracteres inferiores, poco despiertos y semievolucionados de la actualidad»
En España, El Amante de Lady Chatterley intentó circular sin éxito en una edición argentina del año 1951. Plaza y Janes lo pretendió en 1963, fracasando también. El texto del censor indicaba: «es un relato esencialmente obsceno y procaz con el inconveniente de que literariamente ofrece poco interés». Tras numerosas peticiones y expedientes abiertos,[1] finalmente en 1976, fallecido el dictador y utilizando la traducción argentina, la gran novela de D.H. Lawrence vio la luz en nuestro país. Detrás llegarían diversas versiones cinematográficas.
Puedes descargar desde aquí el libro en formato PDF
https://drive.google.com/file/d/1Kx1slLzm1hWa0CR-aPq1_KJtyccyhCQk/view?usp=sharing
[1] Años 1963, 1964, 1965, 1969 y 1975