Zoltán Kovács a bordo del avión transatlántico con la ruta Tel Aviv-Nueva York recordaba aquel viaje en tren. Cuanto tiempo hacía de aquello, cuanto bagaje acumulado, también cuantas pertenencias disipadas. Once años tenía. El recuerdo, la imagen de su padre se le apreciaba nítida. Aún conservaba aquella vieja fotografía, la realizada días antes de iniciar el éxodo desde su pueblo de nacimiento, desde Bük, al oeste de Hungría. Foto de familia, tierna a la vez que amarga; quizás por esto último la conservaba. Bien cuidada aunque en un color sepia indicativo de los años transcurridos, recuperada del pequeño álbum de Hanna Kovács, su difunta y sufrida madre. Sí, allí estaba la familia al pleno. A pesar de la tragedia recordaba perfectamente los rasgos del padre: alto, más bien delgado y cargado con ligereza de hombros, pelo moreno casi azabache, nariz con un suave rasgo aguileño, ojos también oscuros y de un observar profundo, con la característica principal de ser una mirada algo triste, algo taciturna. Zoltán siempre concluyó en la inevitabilidad de esa mirada; que difícil debió ser para él, también para la madre cargar con tan pesada mochila.

—¿Quién es Zoltán?

Revivía aquella pregunta del miembro de la Gestapo, también su reacción de temor deseando ocultarse tras el cuerpo de la madre.

—Dile que eres tú, cariño. No tengas miedo, el agente solo quiere conocernos.

         —Zoltán, ya puedes entrar en España —autorizaba tras regalar al niño una amable sonrisa y, a continuación…

         A continuación llegó la tragedia. La fotografía indicaba que siete era la unidad familiar: padre, madre y cinco niños, Zoltán el mayor, Sándor el menor, apenas aprendiendo a dar los primeros pasos. Desde la estación de Canfranc, en el pirineo español, seis cruzaron la frontera, al padre se lo prohibieron los alemanes. Allí, ante la fría mirada, ante la indiferencia glaciar del miembro de la Gestapo, allí, débil de músculo cardíaco, ante la negativa, vislumbrando la obligada separación familiar, de un infarto fallecía el cabeza de familia, el señor Kovács. Allí quedo enterrado, nadie de la familia lo pudo presenciar. A la señora Kovács y los cinco niños los subieron en un tren con destino a Zaragoza. Quitarlos de en medio y con urgencia, evitaba incómodas situaciones.

         Sin entrar a relatar los quebraderos de cabeza, que no fueron ni pocos ni pequeños, decir que días después Hanna y sus cinco hijos llegaban a Lisboa. Tras una larga travesía, en barco arribaban en Nueva York. En esta ciudad los cinco hermanos Kovacs crecieron, se formaron y crearon sus propias familias, la madre que nunca deseó volver a contraer matrimonio, fallecía de anciana a los noventa y tres años.

         Tanto de ella, como de los cinco hijos, existiría materia narrativa suficiente para escribir uno o varios libros. No siendo el caso y con ánimo de no alargar indebidamente el relato ajustándolo al formato exigido por las circunstancias, prestemos la atención y en exclusiva al mayor de los hermanos.

         Zoltán Kovács y su esposa Ruth se conocieron en la Universidad de Columbia, ambos profesores de historia y humanidades no tuvieron descendencia. Sustentaban valores profundamente humanistas extraídos de una educación liberal. Conocedores de las tragedias sufridas por el pueblo judío en la Europa del siglo XX (Zoltán en propias carnes), lo tenían asumido como parte de su propio bagaje cultural. También de preguntas con respuestas de difícil asimilación.

         ¿Qué clase de debacle se produjo en los valores humanos para hacerse realidad el holocausto judío?

         ¿Cómo pudo la gente normal seguir con sus vidas mientras esto ocurría?

         ¿Cómo permitieron que a miles y miles de seres humanos se los confinara en guetos anulándoles todos sus derechos?

¿Cómo permitieron aplicar lo que se dio en llamar «La solución final a la cuestión judía?

         ¿Quién o quiénes miraron hacia otro lado mientras se proclamaba que solo aquellos de sangre alemana podían optar a ser ciudadanos del III Reich?

         ¿Quién o quiénes miraron hacia otro lado cuando los nazis llenaron los campos de concentración y los hornos crematorios, además de con judíos, con comunistas y sectores proclives a la izquierda, con homosexuales, con gitanos, con discapacitados físicos y mentales…?

         Sí, para Zoltán y para Ruth las respuestas lo eran de difícil asimilación. Dentro de lo conocido, se sentían orgullosos con la resistencia organizada en el gueto de Varsovia; miles de combatientes judíos mal armados se enfrentaron durante cuatro semanas a las SS.

Si había que morir…

Entre los deseos del matrimonio Kovács siempre estuvo viajar a Israel, a las milenarias tierras prometidas de Moisés. Tal vez impartir clases en alguna universidad de Tel Aviv o Jerusalén y, si las circunstancias lo permitían, terminar el viaje de la vida en algún rincón de aquellas tierras.

Aun adorando la ciudad de Nueva York, nada los ataba allí, nada superior a la ilusión de residir en el anhelado y no cumplido paraíso de sus antepasados. Sabían que Israel, resultado de tratados internacionales tras la 2ª Guerra Mundial era un Estado joven y en expansión. Para ellos, ambos factores representaban una garantía de acogida. También sabían del histórico conflicto con los palestinos, ambos pleiteando por una misma tierra. No se les escapaba el sufrimiento generado. La consecuencia inmediata de esa expansión habían sido los más de dos millones de palestinos expulsados a golpe de metralla de sus tierras, exiliados y refugiados en Jordania, hermanado país de acogida. Aunque Zoltán y Ruth veían la injusticia, la zozobra de un pueblo maltratado, también se adherían a la potestad del pueblo judío a crear el Estado israelí, una adhesión no tanto —y de eso se distanciaban—, por razones histórico-religiosas de los sectores más ortodoxos, argumentando la progenitura de los patriarcas bíblicos Abraham, Isaac y Jacob. Bajo esa premisa, siempre habían defendido la necesidad de una solución pactada. La creación de dos Estados.

En la universidad, en la calle, en los círculos de amistades, entre los colegas de Tel Aviv, no siempre resultó fácil levantar la bandera de una tierra compartida. Había quienes proclamaban «Son ellos los que no nos quieren», también quienes argumentaban que «Como Pueblo Elegido, es nuestra obligación poseer y defender la bíblica Tierra Prometida». Para unos y otros, siendo coherentes con ambas premisas, quedaba justificado ética y moralmente la expulsión de los palestinos. Para los primeros «cuestión de supervivencia», para los segundos «cuestión de supervivencia y de fe».

Para Zoltán y Ruth, en sus clases de Historia y Humanidades no resultaba sencilla la referencia a la Declaración Universal de los Derechos Humanos; declaración que, sin hacer distinción de razas, color de la piel o creencia religiosa, interpela a quienes mancillan su valor. Aún más complejo y delicado resultaba el debate en las aulas sobre las declaraciones de la ONU referidas al conflicto Judío-Palestino.

—«En 1968 se establecía un comité especial de las Naciones Unidas para investigar las prácticas israelíes que afectaban a los derechos humanos del pueblo palestino».

—También, que «en 1981 el Consejo de Seguridad de la ONU adoptaba la Resolución 497 pidiendo a Israel que rescindiera la acción de anexar los Altos del Golán».

—O, «la Resolución 1397 reclamando el acuerdo de los dos Estados, aprobada en el año 2002».

Y así un largo etc.

         En cantidad de ocasiones debatir con raciocinio significaba superar dificultades de dimensiones aún mayores que el propio Muro de las Lamentaciones.

Tras el Holocausto nazi, unos argumentaban la necesidad de un refugio (Estado de Israel) para el pueblo judío. Otros, con aún más convicción, razonaban que era la única garantía de que una tragedia de esa magnitud no volviera a ocurrir. Los de más allá, consideraban que Dios había intervenido en la historia para permitir que el pueblo judío regresara a su tierra estableciendo su soberanía, representando el fin de más de tres mil años de zozobra.   

         Siendo así, y con estos mimbres, difícil resultaba para los profesores Zoltán y Ruth establecer causas y efectos comparativos. Cuando así se lo proponían, los debates solían terminar incendiados. Siempre había algún alumno con influencia entre sus compañeros que recurría a la Torá y al precepto de la Mitzvá, en cuanto a las guerras ordenadas por Dios para proteger al pueblo judío y la Tierra de Israel.

         Zoltán Kovács regresaba a Nueva York. Ni fácil ni satisfactorio resultaba el retorno. Atrás quedaba Ruth, su compañera, su amor inseparable; inseparable hasta que un cruel cáncer de páncreas puso fin a su vida. Ya poco le unía a Israel. Aquellos proyectos fraguados en común casi veinte años atrás, sino del todo, en gran medida terminaron siendo humo. Desde el principio intuyó la dificultad de expandir proyectos de tolerancia, «ciencia en contraposición a creencia», «humanismo en contraposición al teocentrismo…»

Regresaba a Nueva York con el sentimiento extraño, incluso árido de haber estado durante tanto tiempo sembrando trigo sobre un pastizal salino.

Cercano ya el aterrizaje del avión, tras las consabidas recomendaciones de la azafata sobre el abroche de cinturones, Zoltán Kovács retornaba al maletín de documentos la fotografía en color sepia, el folleto de los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, doliendo la indolencia de muchos de sus compatriotas, arrinconaba también en el maletín aquellas viejas nuevas preguntas con respuestas de difícil asimilación:

—¿Qué clase de debacle se ha producido en los valores judíos para hacer realidad el holocausto palestino?

—¿Cómo puede la gente normal seguir con sus vidas mientras esto ocurre?

—¿Cómo hemos permitido que a millones de seres humanos se los haya confinado en guetos o expulsado de sus tierras, anulando todos sus derechos?

—¿Cómo…?

—¿Cómo…?

—¿Cómo…?

—¿…/­…?[1]

—Corría el año 2003[2]


[1] Nota del autor: ¿Cómo se puede alcanzar tan alto nivel de crueldad? «Peldaño a peldaño».

[2] Veinte años después llegó lo que llegó; para entonces Zoltán Kovács, nacido en Hungría, exiliado he hijo de exiliados, ya había fallecido.

3 comentarios sobre “-EL ÉXODO DE LA FAMILIA KOVÁCS (2ª parte)

  1. Un excelente relato que termina con las preguntas que en estos últimos meses nos estamos haciendo millones de personas en todo el mundo.

    A esas preguntas añado una: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar el estado de Israel en esa acción genocida contra el pueblo palestino?

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario